Por su interés reproducimos la crítica publicada por Justo Romero en la Revista de Música Clásica Scherzo.es sobre el concierto de András Schiff titulado András Schiff, objetivo y subjetivo, en el que analizar el irrepetible concierto que el gran pianista húngaro ofreció en el Teatro Principal de Alicante, en el marco de la programación de la Sociedad de Conciertos de Alicante.
Justo Romero escribe que “fue un concierto atípico. Tanto que acaso ni fue concierto. Durante tres horas, András Schiff habló y tocó de lo divino y de lo humano, en una escenografía a lo Pires, mesa camilla incluida. Solo faltaba la toquilla de la abuela y el brasero de picón. Ocurrió en el Teatro Principal de Alicante, en la temporada de estrellas de la Sociedad de Conciertos de la ciudad de Esplà y otros grandes de la música, como Gonzalo Soriano, Rodríguez Albert o José Tomás. Tres horas sin programa previo y a pecho descubierto, entre Bach, Haydn, Beethoven y muchas palabras en las que el pianista húngaro, a tono con la escenografía, habló a media voz, con un deje plano y confidencial, en un inglés trufado de español e italiano, en el que contó sin tapujos datos, hechos y opiniones. Tras tres horas de palabra y música, el público que casi abarrotó platea y palcos se marchó más sabio y enriquecido. Merece la pena”.
Añade que “a sus setenta años Schiff toca tan maravillosamente como siempre. Con su Bach sin pedal, su claridad y certezas. Es como si sus interpretaciones no tuvieran alternativa ni cupiera diferente visión. Aunque no levanta la voz, de palabra y toque se muestra categórico y objetivo. Pero también todo lo contrario. “Tenía previsto tocar Mozart, pero su música no se puede interpretar en este piano Steinway, de sonido tan objetivo. Para Mozart ‒y Schubert‒ necesito un Bösendorfer. Así que tocaré Haydn”. Luego, al final, en las propinas, llegó finalmente Mozart, cuyo primer movimiento de la “Sonata fácil” sonó a gloria subjetiva, incluidas las muy ornamentadas repeticiones que hizo de la partitura”.
Continúa su texto “fue una velada íntima, casi de tú a tú. Iniciada, claro, con Bach, “el más grande compositor. Cada día, antes de desayunar, tocó su música para purificar mi alma y mi cuerpo”. Comenzó con el aria de las Variaciones Goldberg, “perdonen que lo haga con este instrumento extraño que no existía en tiempos de Bach, pero intentaré acercarme lo más posible a la sonoridad del clavicémbalo”. Su Bach pianístico se sintió tan genuino como el Mozart de la propina. Luego, en el Olimpo bachiano que Schiff hizo del Teatro Principal, se sucedieron la Fantasía cromática y fuga, y, finalmente, el Concierto italiano. “Bach nunca estuvo en Italia, tampoco en España ni en ningún otro sitio. Siempre en Alemania, pero conocía perfectamente la música que se hacía en el resto de Europa”.
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