La diva Barbara Hendricks entusiasmó al público que llenó el Teatro Principal para disfrutar de una de las grandes voces líricas de todos los tiempos. En su segunda visita a la Sociedad de Conciertos de Alicante (la primera fue en 1987) ofreció un grandioso recital, a la altura de su fama internacional.
Hendricks, magníficamente acompañada por el gran pianista Roland Pöntinen, deslumbró con su voz única y hermosa, rica en matices y de gran capacidad expresiva. Presentó un programa muy atractivo, que permitió al público disfrutar de su tono cálido y su excepcional técnica vocal, marcada por el refinamiento, que le permite abordar una amplia gama de estilos y géneros musicales. La soprano es una artista auténtica, en cada pieza dejó sobrada constancia de su profundo compromiso emocional y su capacidad para conectar con las letras y los personajes de las canciones.
Inició el ansiado programa con varias piezas de Schubert. La primera, Der liebliche Stern, Nachlass Lfg 13 (E. Schulze), una obra maestra de la canción romántica, una exquisita composición llena de sensibilidad. Hendricks mostró todos los matices de su rica armonía, para adentrarnos en un mundo de belleza y melancolía, captando la esencia poética del texto, generando atmósferas sonoras muy distintas.
La segunda, Die junge Nonne, Op.43 nr1 (Craigher), una pieza llena de profundas emociones, que sonó delicada y evocadora, tan conmovedora y expresiva como la historia que cuenta, alternando con maestría los momentos de calma y pasajes de intensidad, transmitiendo la desesperación del personal.
El piano acompañó con pasajes virtuosos, creando un ambiente opresivo y oscuro que complementó perfectamente al canto.
Cerró esta primera trilogía con Nacht und Träume, Op.43 nr2 (von Collin), una pieza llena de sutilezas, de serenidad y evocación, con armonías ricas, suaves y sutiles. Hendricks generó una sensación de movimiento fluido cercano a la ensoñación, apoyada en magníficos cambios tonales y hábiles modulaciones.
Pöntinen interpretó en solitario la pieza De Moments Musicaux, D780, también de Schubert, con una paleta emocional amplia y compleja, una interpretación que combinó a la perfección sorprendentes cambios de tonalidad y dinámica, creando contrastes dramáticos y momentos de impacto emocional.
Volvió al escenario la diva para enlazar cuatro lieder de Schubert con letras de Goethe. La primera, Wanderers Nachtlied, Op.96 No 3, llena de poesía, profundidad y emociones. La soprano acometió con precisión el fraseo expresivo y las variaciones dinámicas, con profundidad y riqueza, deslizando con suavidad las notas al ritmo natural del lenguaje, para alcanzar una interpretación sublime del poema de Goethe. A continuación, interpretó con un gran alarde técnico la fascinante Der Musensohn, Op.92 nr.1, una obra llena de vida y espíritu lúdico, descrita con la gran vivacidad con la que proyectó la voz generando una excepcional experiencia auditiva gracias a una atmósfera sonora vibrante.
La tercera, Der König in Thule, Op.5 nr.5, sonó llena de emoción y narrativa poética, con una interpretación que realzó la nostalgia y el lirismo de la composición. La música y la voz se entrelazaron de manera conmovedora, transmitiendo la historia y las emociones del rey de Thule de una manera íntima y poderosa. Cerró la primera parte Gretchen am Spinnrade, Op.2, también de Goethe, una pieza en la que desnudó con brillantez el conflicto interno y generó una atmósfera que abordó, de forma magistral, la angustia y la turbulencia interna del personaje.
Abrió la segunda parte con Poèmes de Charles Baudelaire, de Debussy, una colección de canciones (Le Balcon, Harmonie du Soir, Le Jet d’Eau y Recueillement) compuestas sobre poemas de Charles Baudelaire. Una obra exigente en la que Hendricks realizó una cuidada y sensible interpretación. Creó con maestría una perfecta simbiosis entre las palabras y la música, ajustando con precisión el timbre, la armonía y el ritmo, utilizando una paleta tonal rica y variada, evocando paisajes sonoros en cambio constante que refleja las emociones y las imágenes poéticas de Baudelaire. La delicadeza de las líneas melódicas, junto con la armonía extrema y el cuidado en los detalles, revelan la genialidad de Debussy como compositor y su capacidad para explorar nuevos caminos en la música.
Fue un excepcional recorrido desde la oscuridad seductora de Le balcon, con una melodía rica y compleja, llena de texturas y colores, que adentró al público en un mundo de contrastes emocionales y estéticos; pasando por la exquisitez de Harmonie du Soir, un tema nocturno y sensual, en el que destacó la precisión para transmitir con sutileza la intensidad emocional; con un ligero remanso de belleza y energía en Le Jet d’Eau, una obra corta pero cargada de frescura, para terminar con Recueillement, con una atmósfera serena y melancólica, que fluyó con suavidad y delicadeza, generando un ambiente introspectivo de calma y quietud.
Antes de que la soprano afrontase el último reto del concierto, Roland Pöntinen interpretó en solitario la Ballade Nr.4, Op. 52 en fa menor, de Chopin, una obra musical impresionante, compleja y emotiva, en la que el pianista mostró su virtuosismo y habilidad técnica.
Barbara Hendricks cerró la velada con varias piezas de Sibelius. Comenzó con Flickan kom ifrån sin älsklings möte, Op.37 no.5 (J.L. Runeberg), una canción cautivadora, con una melodía delicada y fluida, que trasladó una imagen musical viva, llena de expresividad, en la que la intérprete mostró una expresión vocal cuidada. Continuó con Var det en dröm?, Op.37 no.4 (J.J. Wecksell) un tema evocador lleno de poesía y misterio, en el que destacó el diálogo entre la voz y el piano. Con Säv, säv, susa, Op.36 no.4 (G. Fröding) transportó al público a un paisaje sonoro evocador, lleno de susurros y suspiros, con especial atención a todos los detalles, proyectando una narrativa musical que oscila entre momentos de calma introspectiva y arrebatos emocionales. Finalizó su gran concierto con una versión apasionada de Svarta Rosor, Op.36 no.1 (E. Josephson) invitando al público a un viaje emocional intenso y dramático, lleno de armonías sutiles y cambios tonales para crear una tensión emocional y resaltar los momentos líricos del poema, que van del amor a la pérdida.
El broche de oro a un concierto para la historia de la Sociedad de Conciertos fueron dos extraordinarios bises: Chanson Triste de Duparc y el espiritual What a beautiful city.