El pianista de origen ruso Denis Kozhukhin respondió con un extraordinario concierto a las expectativas que había creado su primera visita a la Sociedad de Conciertos de Alicante. A pesar de su juventud dio muestras de una madurez musical que le sitúa en la cúspide de los intérpretes mundiales, con un brillo excepcional tanto en los aspectos técnicos como en los expresivos. El resultado fue una exquisita interpretación desde la primera nota hasta la última, con una conexión emocional con el público que disfrutó, fascinado, del concierto.
Abrió el concierto con Kinderszenen (Escenas de niños), Op. 15, de Schumann, un conjunto de trece piezas para piano inspiradas en recuerdos de infancia del autor y que son ampliamente conocidas por su aparición en bandas sonoras de películas, programas de televisión, además de ser muy versionadas. Casi veinte minutos de música excelente en los que Kozhukhin supo transmitir la profundidad emocional y la sofisticación que evoca el mundo interior de la infancia, la ensoñación, con una interpretación poética de altísimo nivel que hizo justicia a la maestría de la escritura musical de compositor. En su interpretación hizo convivir la aparente sencillez con un gran abanico de ritmos y figuras que transmitieron una sensación de vitalidad.
Cuando ya había conquistado a los asistentes al concierto acometió con extrema sutileza y determinación una Selección de piezas líricas, una de las obras más trascendentes del ilustre creador Edvard Grieg. El pianista, como un orfebre, interpretó con precisión los expresivos trabajos de artesanía que el compositor ofrece en cada minúscula pieza, muchas de ellas fieles a las melodías de las danzas noruegas y danesas tradicionales. Kozhukhin tocó con fluidez y lirismo para ofrecer un sonido claro y preciso, al tiempo que hermoso y delicado, en contraste con momentos de intensidad.
Finalizó la primera parte con los Tres intermezzi para piano, Op. 117, de Brahms, de gran belleza y melancolía. El artista puso su virtuosismo al servicio de expresar las complejas armonías de la obra, con un lirismo y colorido conmovedores. Su interpretación profundizó en los sentimientos más melancólicos y sensibles, pero también supo transmitir toda la intensidad emocional que entrañaba la pieza.
Después del descanso tocó la Sonata n. 21 en Si bemol mayor D960, una de las obras maestras de Schubert, llena de melodía y profundidad. El innegable talento y dominio de la técnica de Kozhukhin dibujó con maestría los contrastes entre los momentos de sutileza y elegancia, y los llenos de energía y dinamismo, hasta disipar la tensión final con un movimiento decisivo llenos de vivacidad.
Una prolongada ovación recibió como recompensa dos colosales bises que entusiasmaron al público por su ternura y emoción. La primera de Tchaikovsky, del Album para la juventud, n. 24 en iglesia, y, la segunda, el fantástico Preludio de Siloti, de Bach.