El concierto de Elisso Virsaladze fue sencillamente majestuoso. A pesar de ser octogenaria, o precisamente por esta condición, el monográfico de Frédéric Chopin sonó sereno y esplendoroso, lleno de profundidad emocional, expresividad y brillantez técnica. Es un hecho que la artista se encuentra especialmente cómoda con los repertorios románticos.
Abrió su actuación con tres nocturnos en los que generó una atmósfera intimista a través de recursos melódicos y armónicos, que crearon una sensación de contemplación inigualable. El primero de ellos, el Nocturno en Mi bemol Mayor, Op. 9, n.º 2 es una obra emblemática llena de encanto y delicadeza con una expresión desbordante de naturaleza lírica, en el que resalta el estilo cantábile, con armonías que fluyen suavemente. La pianista exploró con éxito los contrastes dinámicos y una amplia gama de expresiones, desde pasajes suaves y delicados hasta momentos más intensos.
Acometió de inmediato el Nocturno en Do Menor, Op. 48, n.º 1, una pieza con la que Elisso Virsaladze demostró su dominio técnico y su talento en las secciones más complejas. En esta obra ofreció una amplia paleta de emociones y extendió el tiempo de las notas para profundizar en la reflexión. La pieza fue brillante, tanto en los momentos de emociones contenidas como en los de ornamentación, llenos de detalles de gran refinamiento.
El tercero, Nocturno en Mi bemol Menor, Op. 55, n.º 2, aportó momentos introspectivos y poéticos, con un cuidadoso manejo de las dinámicas para expresar una amplia gama de emociones, alternando la sutileza con los pasajes más fuertes mediante el adecuado rubato en el ritmo. La pianista utilizó un gran cromatismo para añadir riqueza y complejidad a la interpretación musical.
En el cierre de la primera parte demostró todo su talento en la Sonata n.º 2 en Si bemol Menor, Op. 35, una pieza maestra sólo apta para virtuosos, que en cada movimiento de la sonata exhibe una atmósfera única. Especial impacto causó la extraordinaria interpretación de La marcha fúnebre, el tercer movimiento, uno de los fragmentos más conocidos y conmovedores de la obra cargado de solemnidad, que se ha convertido en un icono en la música clásica. Este pasaje contrastó con otros llenos de energía y pasión. Especialmente brillante estuvo Elisso Virsaladze en las partes técnicamente más desafiantes: el scherzo y el finale. Una cerrada ovación premió su esfuerzo al finalizar el primer tiempo.
La segunda parte del concierto comenzó con el Nocturno en Si bemol Mayor, Op. 62, n.º 1, una obra tardía del compositor polaco que tiene un carácter único y distintivo. La pianista exprimió todos los detalles de la rica y sofisticada armonía de la pieza, lo que le permitió explorar las sutilezas emocionales de este nocturno. Los moderados ornamentos añadieron refinamiento a la interpretación.
Cerró el concierto la Sonata n.º 3 en Si bemol Menor, Op. 58, una pieza excepcional llena de cromatismo musical. El primer movimiento, en el que la artista mostró su capacidad para combinar el virtuosismo con la expresividad, sonó majestuoso y expansivo. El scherzo, sonó contrastes dinámicos y rítmicos que pusieron a prueba el talento de la pianista, para transitar hacia un movimiento más lírico y tranquilo. Puso un broche excepcional un final rápido y enérgico, con una experiencia auditiva rica y variada.
El público agradeció la magnífica actuación con un prologado y caluroso aplauso, que mereció dos bises: el Nocturno en Mi Menor Op. 72 n.º 1 y la Mazurca en Do sostenido Menor Op. 30 n.º 4, ambos también de Chopin.