La primera visita del joven y talentoso pianista Juan Pérez Floristán a la Sociedad de Conciertos de Alicante será recordada durante mucho tiempo por su excepcionalidad. El músico sevillano, máximo exponente de una nueva generación de artistas españoles de proyección mundial, encandiló al numeroso público asistente con su técnica exquisita y, sobre todo, con su carisma que desborda naturalidad. Le gusta el escenario y disfruta con la música de cámara, como dejó patente en el Teatro Principal y en una entrevista publicada en ABC: “Compartir música es de las experiencias más bellas que conozco. Espero poder tocar mucha música de cámara a lo largo de toda mi vida”.
Fue un concierto bello que cautivó al público desde la primera nota hasta la última. Enérgico y poderoso en los forte y delicado en los piano. Todo en su justa medida para ofrecer un discurso musical limpio, dotado de una personalidad arrolladora.
Abrió el concierto con una sublime interpretación de los 24 Preludios de Chopin, una obra colosal que interpretó llena de color, de emociones y de plasticidad. Durante 45 minutos dibujó unas historias plenas de poesía, capaces de acariciar el alma y elevar el espíritu, pero también de transmitir sensaciones desgarradoras. El artista emprendió un viaje interior hacia la esencia del sentimiento de un todo musical que emana libertad creativa para que el conjunto sea mucho más que la suma de las partes.
En la reanudación del concierto se adentró en el mundo de Listz con los Années de Pèlerinage (Años de Peregrinaje) dedicado a Italia (Lo Sposalizio e Il Pensieroso), con una interpretación brillante, trufada de pasajes evocadores y de sutiles momentos que compartieron protagonismo con otros llenos de fuerza, solemnidad, sentimiento e incluso un punto místico.
El concierto finalizó con dos deslumbrantes obras maestras: Isoldens Liebestod, compuesta por Franz Liszt y Richard Wagner, y Wanderer Fantasie, de Schubert. La primera pieza (Muerte de amor), el aria final del drama musical Tristán e Isolda de Wagner, marca una de las cumbres del romanticismo tardío, en la Floristán elevó la tonalidad al extremo para que el monólogo de piano transmitiese, con absoluto refinamiento, el dolor humano que se debate entre la esperanza del éxtasis y el más profundo lamento de un deseo de eternidad en la búsqueda del amor infinito. El público alcanzó el éxtasis con La Fantasía, de Schubert, un poema sinfónico, una pieza única, que plantea considerables exigencias técnicas al intérprete, en la que el pianista mostró toda su maestría para transmitir la trepidante tensión y el entusiasmo que respira la obra.
Juan Pérez Floristán tuvo que salir repetidas veces a saludar ante la insistencia del público, al que agradeció el cariño y su prolongadísima ovación con una pieza llena de intensidad y ritmo, la Tercera danza argentina, de Alberto Evaristo Ginasterra, uno de los compositores latinoamericanos más brillantes del siglo XX.