A veces un contratiempo genera una oportunidad. La ausencia por enfermedad de la programación de la Sociedad de Conciertos de Alicante de la pareja formada por el violinista Renaud Capuçon y el pianista Guillaume Bellom brindó la posibilidad de recibir en el Teatro Principal de Alicante a otros dos virtuosos de la música clásica: el violinista Sergei Dogadin y el pianista Evgeny Sinaisky. Su recital fue un viaje sonoro que abarcó desde la oscura intensidad de Prokofiev hasta la pasión de Franck, pasando por la originalidad de Igudesman y la emotividad de Massenet.
La variedad del programa permitió disfrutar del excepcional dominio técnico de Dogadin, conocido por su habilidad asombrosa para ejecutar pasajes complejos, escalas rápidas y arpegios con claridad y precisión. El público disfrutó de su mejor versión, con un sonido cálido, profundo y lleno de variedad de colores tonales. Durante el concierto fue capaz de rozar la perfección tanto en sonidos potentes y brillantes como en las notas suaves y delicadas, dependiendo de las exigencias de cada obra. Su compañero en el escenario, el pianista Evgeny Sinaisky, menos conocido y con un historial menos deslumbrante, fue el acompañante perfecto, generoso y dotado de una técnica pianística sólida y versátil. Su digitación fue precisa y ágil, capaz de producir un sonido transparente y equilibrado, creando texturas sonoras complejas y detalladas.
La primera parte del concierto estuvo dedicada a Prokofiev, un compositor que exige compromiso, virtuosismo y expresividad. Las Cinco melodías, Op. 35, fueron interpretadas con una delicadeza que resaltó sus contrastes y lirismo. Dogadin demostró un dominio absoluto del arco, capaz de extraer desde los pianísimos más sutiles hasta los fortísimos más intensos. El público disfrutó con las disonancias sutiles y giros inesperados que añadieron profundidad y complejidad a las melodías. La pareja abordó, a continuación, La Sonata para violín n.º 1 en Fa menor, una obra de gran complejidad técnica y emocional, que sonó llena de una pasión que transmitió al público toda la angustia y el dramatismo de la pieza, que traslada con crudeza la turbulencia personal que vivió el compositor. En la puesta en escena destacó la precisión de Dogadin en los pasajes más rápidos y la calidez de su sonido en los momentos más líricos. Especialmente dramático y lúgubre resultó el segundo movimiento, en el ambiente se sentía la sensación de los “vientos del cementerio”, como el mismo Prokofiev lo describió.
Tras el intermedio, el violinista exhibió todo su poderío técnico con Flamenco Fantasy para violín solo, del compositor Igudesman, una pieza que fusiona elementos del flamenco con el lenguaje clásico. Dogadin mostró su versatilidad al recrear los ritmos y melodías flamencas con un virtuosismo deslumbrante, sobre todo en los pasajes rápidos, así como en los cambios de posición y técnicas de arco complejas. A continuación, se incorporó Sinaisky para tocar a dúo, magistralmente, La Sonata para violín y piano en La mayor, de Franck, una obra cumbre del repertorio violinístico, en la que Sinaisky demostró su maestría al crear una textura sonora que realzó la belleza de la melodía y el diálogo equilibrado entre el violín y el piano. Ambos músicos brillaron en los pasajes de doble cuerda para el violín, y los complejos acompañamientos del piano, que hacen de esta obra una de las más exigentes del repertorio.
Para finalizar, la Meditación de la ópera Thaïs, de Massenet, una delicada joya de gran belleza melódica y un profundo lirismo, en la que Sinaisky y Dogadin alcanzaron el cénit de la emotividad, hasta conmover al público. Dogadin mostró su capacidad para crear un sonido dulce y expresivo, capaz de transmitir, con delicada sutileza, toda la íntima melancolía y la espiritualidad de la pieza.
El público premió el esfuerzo de la pareja con una calurosa ovación, a la que Sinaisky y Dogadin respondieron con el bis Polka, de Alfred Schnittke.