Una ovación ensordecedora de todo el público puesto en pie, que se prolongó durante más de veinte minutos, fue la muestra más palpable de la admiración de los asistentes por el inolvidable concierto que ofreció el magistral pianista Grigory Sokolov en el Teatro Principal de Alicante, quien respondió con más de doce salidas al escenario para saludar y seis grandiosos bises que fueron recibidos con igual fervor.
El concierto, uno de los más atractivos de la programación de la Sociedad de Conciertos de Alicante, se convirtió en un acontecimiento musical de primer orden, un testimonio del talento y la genialidad de uno de los más grandes pianistas de nuestro tiempo. Fue una noche para recordar, una experiencia que enriqueció el alma y elevó el espíritu del numeroso público, con melómanos venidos de numerosos puntos de España y el extranjero.
La maestría del pianista se manifestó en cada nota, en cada pasaje, en cada obra interpretada, creando una atmósfera de profunda emoción y admiración. La actuación de Sokolov fue un despliegue de virtuosismo técnico y sensibilidad artística. Su interpretación fue un viaje sonoro que transportó al público a un estado de contemplación y deleite. La precisión de su ejecución, la sutileza de su toque y la profundidad de su expresión fueron simplemente excepcionales.
La técnica de Sokolov es asombrosa, pero lo que realmente cautivó fue su capacidad de transmitir emociones a través de la música. Cada nota parecía tener un propósito, cada silencio una intención. Su interpretación de Brahms fue especialmente conmovedora, revelando la profundidad y complejidad de la música del compositor alemán.
Un viaje en el tiempo
La primera parte del concierto fue un viaje al pasado, a la época de William Byrd, un compositor inglés del siglo XVI cuya música para teclado resonó con una claridad y emoción sorprendentes bajo los dedos de Sokolov. La selección de piezas fue exquisita, desde la danza cortesana de John come kiss me now hasta la melancolía de The Earl of Salisbury’s Pavan, cada nota resonando con una intensidad y un significado que trascendieron el paso de los siglos. En la primera Sokolov demostró su dominio del contrapunto y su capacidad para crear texturas complejas y transparentes, mientras que, en la segunda, su interpretación fue un ejemplo de elegancia y refinamiento, con un fraseo exquisito y un control absoluto del ritmo. Pero sobresalió Alman, cuya interpretación fue un ejemplo de virtuosismo técnico, con pasajes de gran dificultad que fueron ejecutados con una precisión asombrosa. Mientras que en Callino casturame, sobresalió el lirismo y la expresividad, con un sonido cálido y un fraseo legato.
La profundidad de Brahms
La segunda parte del concierto estuvo dedicada a Johannes Brahms, un compositor que, aunque más cercano en el tiempo, comparte con Byrd la capacidad de comunicar emociones profundas a través de la música. Las 4 Baladas, Op. 10 fueron interpretadas con una sensibilidad exquisita, cada una contando una historia diferente, desde la melancolía del Andante hasta la pasión del Intermezzo. Sokolov demostró su capacidad única para crear atmósferas evocadoras y transmitir emociones sutiles. mientras que las 2 Rapsodias, Op. 79 llegaron como un torbellino de emociones, con momentos de gran intensidad y otros de profunda introspección, en las que creó contrastes dinámicos y rítmicos. Mención especial requiere la interpretación de la primera rapsodia, un ejemplo de virtuosismo técnico, con pasajes de gran dificultad que fueron ejecutados con una precisión asombrosa.
El público se puso en pie y dedicó una gran ovación a la entrega de Sokolov quien les premió con seis verdaderas joyas musicales: Chacone in G minor, de Purcell; Mazurka, Op 63/3, Mazurka, Op 50/3 y Prelude, Op 28/20, de Chopin; Le Tambourin, de Rameau; y Prelude in B minor, de Bach-Siloti.