El próximo año el pianista Till Fellner cumplirá treinta años de carrera internacional, que arrancó en 1993 cuando le concedieron el primer premio en el renombrado Concours Clara Haskil en Vevey (Suiza). Ha visitado la Sociedad de Conciertos de Alicante en varias ocasiones desde su primer concierto en solitario en el Teatro Principal en noviembre del año 2000. El pasado curso también visitó Alicante para acompañar a la violinista Viviane Hagner, interpretando obras de Schubert, Webern y Beethoven.
Su actuación en solitario le permitió exhibir su dominio de la técnica, su maestría musical, su pureza de estilo y su brillantez de claro corte académico clásico desde el inicio del concierto con los Impromptus 142 (D 935) n.1 y n. 2, de Schubert, que afrontó con gran solemnidad y austeridad en el adorno, lleno de claridad expositiva, tanto en los pasajes de mayor introspección como en los que buscan una mayor comunicación. Lo esencial como fuerza de expresión, que también se pudo sentir con intensidad en las sorprendentes Seis Miniaturas del op. 19, de Schoenberg, media docena de microrrelatos musicales excepcionales llenos de un discurso breve, rotundo, trasparente e inteligente, con abundantes pinceladas expresionistas de colores y emociones intensos. Como expresaría el compositor Frederic Mompou: “La extrema simplicidad con la máxima expresión”.
Cerró Fellner la primera parte con los Impromptus 142 (D 935) n.3 y n. 4, de Schubert, la primera llena de melodías sencillas y elegantes, interpretadas con exquisitez técnica, mientras que la segunda es una pieza que aporta un estilo más dramático, de máxima intensidad en algunos momentos, llena de variaciones rítmicas y motivos musicales más atractivos, con una paleta de colores más interesantes.
En la segunda parte se adentró en el mundo de Mozart, uno de sus compositores preferidos, con una obra excepcional. Abordó con elegancia y perfección técnica una composición extraordinaria que desborda vertiginosos contrastes de dinámica y de humor. El artista transmitió una apasionada fuerza narrativa desde los momentos misteriosos y evocadores hasta los chispazos líricos de agitados sentimientos, descritos con efectos cromáticos singulares.
Cerró su actuación con la Sonata Op. 53 Waldstein, de Beethoven, más conocida como «La Aurora», considerada una de las piezas más relevantes de su producción para piano y una de las tres sonatas para este instrumento más notables de su creación (junto a Appassionata, Op. 57 y Les adieux, Op. 81a).
El pianista demostró su gran virtuosismo en esta pieza innovadora y desafiante, desde la extrema suavidad de su inicio hasta la exigencia de un final lleno de intensidad, que obligan a mantener una atención permanente en el sentido de la pieza, pero muy especialmente en los detalles para desarrollar los efectos y las superposiciones de planos sonoros para crear ambientes novedosos y estructuras insólitas.
Till Fellner agradeció el caluroso aplauso que le dedicó el numeroso público asistente con dos bellos bieses: Au lac de Wallenstadt y Années de pèlerinage, ambas de Liszt.