Tres años hacía que la violinista Viktoria Mullova no visitaba la Sociedad de Conciertos de Alicante, un tiempo en el que ha consolidado su virtuosismo técnico, ha ganado en versatilidad y en su ya impresionante expresividad interpretativa. Disfrutamos de un concierto lleno de emociones, de ejecución limpia y precisa, a pesar de la dificultad del programa. A esta gran interpretación sumó muchos enteros el acompañamiento del pianista Alasdair Beatson, un artista con una sólida formación, lleno de sensibilidad especializado en realizar colaboraciones con numerosos músicos de renombre internacional.
Abrieron el recital con La Sonata para violín y piano n.º 6 en La mayor, Op. 30, n.º. 1, de Beethoven, una obra sobresaliente del repertorio de música de cámara por su carácter innovador, que forma parte de un conjunto de tres sonatas escritas por Beethoven y publicadas como Op. 30. Una obra exigente en la que los intérpretes dieron buena muestra de su dominio técnico desde el movimiento inicial de tempo rápido, lleno de temas contrastantes dio paso al segundo, más lento, expresivo y melódico. Especialmente brillante sonó el Scherzo, rápido y enérgico y alegre, lleno de ritmo, con un contrapunto dinámico, para acabar con unos paisajes sonoros vivaces y alegres.
La segunda obra, del mismo creador, fue La Sonata para violín y piano n.º. 8 en Sol mayor, Op. 30, n.º 3, la última de las tres sonatas de este grupo. En ella se combina la tradición clásica con la particular visión característica del autor. La pieza se convirtió en una experiencia auditiva rica y cautivadora. Destacó el intenso diálogo musical entre violín y piano.
Después del descanso abrieron con La Sonata para violín y piano n.º 1 en Re mayor, Op. 12, n.º 1, tambkén de Beethoven, una obra temprana del compositor llena de originalidad, dinamismo, energía y vitalidad, en la que Mullova y Beatson, supieron transmitir toda la carga emotiva de la pieza, explorando en diversas facetas expresivas.
Puso el broche de oro a este impresionante concierto el Rondó para violín y piano en Si menor, D. 895, Op. 70, de Schubert, una pieza desafiante llena de tensión entre los instrumentos: con un contraste permanente entre el fulgor del violín y el acompañamiento del piano, que aportó un gran aliento lírico con los instrumentos en perfecta conjunción hacia la conclusión de la obra, en el que ambos músicos nos mostraron sus habilidades en un auténtico desfile de exuberantes episodios de virtuosismo. Sin duda, la interpretación estuvo a la altura de la grandiosidad de esta pieza de difícil ejecución, que fascinó a los asistentes por su intensidad.
El público agradeció el gran concierto con un prolongado aplauso. Los artistas se lo compensaron con dos bises: el Segundo movimiento de la primavera, de Beethoven, y Hopak, de Moussorgski con arreglos de Rachmaninov